El que busca encuentra...

31 de diciembre de 2010

¿Año nuevo, vida nueva?


A Yuvia,
que dice
que anda de Grinch.

Ahora que todo son felicitaciones, deseos y renovaciones por el nuevo año, no puedo dejar de recordar lo que escribió Antinio Machado:
¿Siglo nuevo? ¿Todavía
llamea la misma fragua?
¿Corre todavía el agua
por el cauce que tenía?

De cualquier manera, esta excusa es tan buena como cualquier otra para hacer fiesta, comer rico y estar con los seres queridos. ¡Feliz velada de Noche Vieja, Año Nuevo, San Silvestre, quema del viejo… o lo que sea que celebren esta madrugada!

17 de septiembre de 2010

Cuatro años de Calderón

Hace unos días @shaulita me invitó a participar en un ejercicio de reflexión: cómo vemos la gestión del presidente Calderón, ejercicio que se publicó en la entrada "Los twitteros también somos polacos", en El Diván de Shaulita.
Aquí les dejo el podcast que envié. Espero que lo disfruten y me comenten qué opinan.

31 de mayo de 2010

Y el aparato crítico...

A Rick Trapper, por su asesoría, 
con admiración y afecto.

"El aparato crítico devino andamio erudito y terminó en puntal"

¿Q quiero decir con esto? Pues que el (mal) llamado aparato crítico no es tal y, por el contrario, sirve para lavarse las manos y sostener las construcciones cognitivas en contra del desgaste de las críticas.

El aparato "crítico" tiene un rancio origen, anterior a la imprenta, en los marginalia de la Edad Media. En la antigüedad europea se leía en rollos muy difíciles de manejar: había que sostenerlos con ambas manos e irlos desenrollando a medida que se leía, por lo que no había manera de tomar notas. Además, no había separación entre palabras ni puntuación. Era una lectura en voz alta y dificultosa. Con el desarrollo del codex (a diferencia de lo que actualmente llamamos códices, el codex no era continuo, sino "hojas" de pergamino unidas en forma de cuadernillo), se liberó a las manos de la carga del rollo: se podía leer sobre una mesa o un atril y usar las manos para hacer anotaciones. Además, se separaron las palabras y los párrafos y se inventó la puntuación, lo que facilitó el entendimiento y permitió la lectura en voz baja.

Pero se producían pocos libros nuevos: en la Edad Media el saber académico giraba en torno a las escrituras antiguas, tanto las sagradas como las de ciertos filósofos griegos y romanos, y algunas recientes, de personas autorizadas, como los Padres y Doctores de la Iglesia. El trabajo académico se centraba en interpretar y reinterpretar estas escrituras; para ello, se hacían anotaciones en los márgenes: los mentados marginalia. Las muestras más antiguas de nuestro idioma son anotaciones al margen sobre textos aún más antiguos: las glosas de San Millán y de Silos. El término glosas hace, precisamente, referencia a los comentarios hechos al texto original, muchas de ellas para aclarar el significado de algún vocablo o traducir algún fragmento del latín original.

En la Edad Media los libros se producían copiando a mano el original, o una copia. Así que había errores y había versiones diferentes, que era necesario leer de manera comparativa y crítica. Los marginalia permitieron cumplir esta función crítica (señalando las incongruencias, por ejemplo), y fueron incluidos en las copias: el copista copiaba el texto original y las notas que lo acompañaban. Y así fueron también los primeros libros impresos, a imagen y semejanza de los manuscritos, con marginalia y todo el aparato crítico, que en aquellas épocas sí cumplía una función crítica.

Estas notas al margen dieron lugar a secciones completas (los escolios) y, con el paso del tiempo y el avance del diseño editorial propio de los trabajos impresos (ajustados a las cajas y otras necesidades derivadas de la técnica), las notas al pie de página. En estos escolios y notas, los autores presentaban ideas marginales, citas y referencias que no eran parte del desarrollo del texto, pero que lo sustentaban o se relacionaban con él: sus fuentes y reflexiones, esas que todos tenemos pero que uno no va por el mundo presumiéndolas (al menos, no la mayoría de la gente). Es como dejar en un edificio terminado los andamios que se usaron para elevarlo, o los castillos y varillas expuestos. Andamios, en este caso, puestos para mostrar la inmensa sabiduría y conocimiento de la disciplina por parte del autor: "peste de eruditismo", llamaba Unamuno a este falso aparato crítico, estos andamios de la erudición pomposa y dogmática.

Por supuesto, estas notas y sistemas de referencias cumple otras funciones, además de darle estatus al autor: sirve para saber de dónde se sacaron las ideas, para ir a verificar, para volver a las fuentes, y, sobre todo, para ahondar en esos aspectos específicos, a la vez que permite textos más concisos, en que no se expliquen todos los fundamentos que sostienen al edificio conceptual que lo cimenta.

Todo ello, por supuesto, en la mayoría de los casos, se hace para sustentar y validar lo expuesto. Y así ha terminado por ser usado el aparato (anti)crítico: para sustentar y dar validez al texto sin que él tenga que sostenerse a sí mismo, sin presentar más evidiencias que el aparato en sí mismo, que ya no sirve más como crítica sino como puntales que sostienen a un edificio pobremente construido, endeble y que requiere ser validado por la autoridad de sus fuentes y referencias, en vez de que éstas sirvan al lector para facilitar la lectura y búsqueda de más información. Es decir, para, verdaderamente, cumplir la función crítica.

La ilustración es una página del Códice Emilianense, donde se muestran algunas de las famosas glosas de San Millán. Tomada de http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/4/4a/Codiceemil.jpg

18 de febrero de 2010

Viva el día de Vicente Fernández

Personalmente, estoy de acuerdo con la desacralización de todos los discursos y las instituciones y, en especial, de los asociados a las dinámicas de poder. En ese sentido, la desacralización de la historia me parece algo que se debe fomentar. Pero, por favor, no confundamos eso con la trivialización de nuestra historia patria.
Y eso (trivializar nuestro pasado y, por ende, nuestro presente), en mi opinión, es lo que ha hecho la Secretaría de Gobernación (Segob).
Pongamos las cosas en conexto: la Segob ha publicado (en medios impresos y electrónicos) un Calenadrio cívico que en 2010 está etiquetado “México 200 años”. Este calendario se encuentra disponible en la página de la Segob y también se ha hecho llegar, por medio de la Secretaría de Educación Pública (SEP), a las escuelas, donde, además, se ha dado la indicación de trabajar con él en diversas asignaturas.
Por ejemplo, en Secundaria se tienen que copiar estas efemérides al cuaderno en clases de Orientación y tutoría, una asignatura destinada a atender las necesidades de los alumnos (no las de los programas burocráticos), como problemas afectivos, conflictos entre ellos o con los profesores, dificultades con las asignaturas. En lugar de eso, se utiliza para difundir estas efemérides patrias seleccionadas en la Segob.
Dejemos de lado el sisnsentido pedagógico de obligar a los alumnos a copiar fechas en su cuaderno; olvidemos la contradicción entre esas labores y el enfoque por competencias adoptado por la SEP; cerremos los ojos al problema de su inserción en Orientación y Tutoría.
Quedémonos sólo con el calendario mismo. Échenle un ojito; para ello pueden hacer clic aquí. Revisen qué celebramos el 18 de agosto: natalicio del pintor Juan Soriano (1920) y expedición de la primera Ley Federal del Trabajo (1931).
Vamos ahora al 17 de febrero: se inaugura el edificio de la Oficina Central de Correos (1907) y natalicio de Vicente Fernández, “actor y cantante de la música ranchera” (¿“la música ranchera”? ¿Sólo hay una, la de él?).
¿El nacimiento de Vicente Fernández (sin negar sus méritos en la industria del entretenimiento) es un hecho histórico relevante, digno de efemérides y de obligar a los alumnos a anotarlo en sus cuadernos? ¿Es igual de relevante que el nacimiento de Juan Soriano, la Ley Federal del Trabajo, la Oficina Central de Correos (precioso edificio, por cierto), la expropiación petrolera (18 de marzo), el natalicio de Emiliano Zapata o la promulgación de la Constitución?
Ahora digan si me he equivocado en mi apreciación: la Segob (y en su auxilio la SEP) ha trivializado nuestra historia patria, la ha equiparado a chismes del espectáculo. A mí me tiene verdaderamente indignado. Y avergonzado.
Es verdad: cosas peores se han señalado a este Gobierno (al que pertenecen la Segob y la SEP), como por ejemplo la difamación de los muchachos asesinados en Ciudad Juárez, pero todo ello forma parte del mismo discurso y las estrategias de poder a que está asociado. Un poder perverso (en el sentido técnico en psicopatología lo mismo que en el sentido popular) ejercido desde el Estado.
Y eso me preocupa más de lo que me avergüenza o me indigna cada uno de los hechos puntuales que se critican (o no).