A Rick Trapper, por su asesoría,
con admiración y afecto.
¿Qué quiero decir con esto? Pues que el (mal) llamado aparato crítico no es tal y, por el contrario, sirve para lavarse las manos y sostener las construcciones cognitivas en contra del desgaste de las críticas.
El aparato "crítico" tiene un rancio origen, anterior a la imprenta, en los marginalia de la Edad Media. En la antigüedad europea se leía en rollos muy difíciles de manejar: había que sostenerlos con ambas manos e irlos desenrollando a medida que se leía, por lo que no había manera de tomar notas. Además, no había separación entre palabras ni puntuación. Era una lectura en voz alta y dificultosa. Con el desarrollo del codex (a diferencia de lo que actualmente llamamos códices, el codex no era continuo, sino "hojas" de pergamino unidas en forma de cuadernillo), se liberó a las manos de la carga del rollo: se podía leer sobre una mesa o un atril y usar las manos para hacer anotaciones. Además, se separaron las palabras y los párrafos y se inventó la puntuación, lo que facilitó el entendimiento y permitió la lectura en voz baja.
Pero se producían pocos libros nuevos: en la Edad Media el saber académico giraba en torno a las escrituras antiguas, tanto las sagradas como las de ciertos filósofos griegos y romanos, y algunas recientes, de personas autorizadas, como los Padres y Doctores de la Iglesia. El trabajo académico se centraba en interpretar y reinterpretar estas escrituras; para ello, se hacían anotaciones en los márgenes: los mentados marginalia. Las muestras más antiguas de nuestro idioma son anotaciones al margen sobre textos aún más antiguos: las glosas de San Millán y de Silos. El término glosas hace, precisamente, referencia a los comentarios hechos al texto original, muchas de ellas para aclarar el significado de algún vocablo o traducir algún fragmento del latín original.
En la Edad Media los libros se producían copiando a mano el original, o una copia. Así que había errores y había versiones diferentes, que era necesario leer de manera comparativa y crítica. Los marginalia permitieron cumplir esta función crítica (señalando las incongruencias, por ejemplo), y fueron incluidos en las copias: el copista copiaba el texto original y las notas que lo acompañaban. Y así fueron también los primeros libros impresos, a imagen y semejanza de los manuscritos, con marginalia y todo el aparato crítico, que en aquellas épocas sí cumplía una función crítica.
Estas notas al margen dieron lugar a secciones completas (los escolios) y, con el paso del tiempo y el avance del diseño editorial propio de los trabajos impresos (ajustados a las cajas y otras necesidades derivadas de la técnica), las notas al pie de página. En estos escolios y notas, los autores presentaban ideas marginales, citas y referencias que no eran parte del desarrollo del texto, pero que lo sustentaban o se relacionaban con él: sus fuentes y reflexiones, esas que todos tenemos pero que uno no va por el mundo presumiéndolas (al menos, no la mayoría de la gente). Es como dejar en un edificio terminado los andamios que se usaron para elevarlo, o los castillos y varillas expuestos. Andamios, en este caso, puestos para mostrar la inmensa sabiduría y conocimiento de la disciplina por parte del autor: "peste de eruditismo", llamaba Unamuno a este falso aparato crítico, estos andamios de la erudición pomposa y dogmática.
Por supuesto, estas notas y sistemas de referencias cumple otras funciones, además de darle estatus al autor: sirve para saber de dónde se sacaron las ideas, para ir a verificar, para volver a las fuentes, y, sobre todo, para ahondar en esos aspectos específicos, a la vez que permite textos más concisos, en que no se expliquen todos los fundamentos que sostienen al edificio conceptual que lo cimenta.
Todo ello, por supuesto, en la mayoría de los casos, se hace para sustentar y validar lo expuesto. Y así ha terminado por ser usado el aparato (anti)crítico: para sustentar y dar validez al texto sin que él tenga que sostenerse a sí mismo, sin presentar más evidiencias que el aparato en sí mismo, que ya no sirve más como crítica sino como puntales que sostienen a un edificio pobremente construido, endeble y que requiere ser validado por la autoridad de sus fuentes y referencias, en vez de que éstas sirvan al lector para facilitar la lectura y búsqueda de más información. Es decir, para, verdaderamente, cumplir la función crítica.
La ilustración es una página del Códice Emilianense, donde se muestran algunas de las famosas glosas de San Millán. Tomada de http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/4/4a/Codiceemil.jpg