No. No me equivoqué al escribir sensibilidad. Estoy hablando de zencivilidad.
No. No he perdido la cabeza. No enloquecí tras tantos años de defender escribir con corrección, y no es sólo jugar a escribir mal la otra palabra, como ya han hecho otros blogueros antes. Ni me estoy burlando de la ortografía de la Generación Net.
No. No lo busquen en el diccionario, porque no está. Tampoco en Wikipedia. Ni en ningún otro lugar.
No es siquiera un neologismo. Es una palabreja que me inventé para nombrar cómo debería, en mi opinión, ser la vida en sociedad.
Y sí (¡finalmente!): sí tiene que ver con la sensibilidad, con la civilidad y, por supuesto, el zen (aunque en una forma metafórica, no para referirme con precisión a esa tradición budista).
Comienzo con una anécdota bastante frecuente en las ciudades. El día de ayer caminando de vuelta del trabajo, en una esquina de Pacífico, había un par de policías platicando con un microempresario. Estaban recargados en el soporte de un letrero, de forma que ocupaban casi toda la banqueta.
Por supuesto, ninguno de ellos se movió un milímetro para dejarme pasar, así que tuve que pasar de ladito, sosteniendo la mochila en una mano. Encima voltearon a verme como si hubiera irrumpido en su banqueta.
Unas cuadras más adelante, en División del Norte, tuve que bajarme de la acera porque estaba invadida de coches. No, de camionetas.
Vuelta a la izquierda en una callecita que tiene el megalómano nombre de Bulevar Anillo de Circunvalación, que no es un anillo ni circunvala nada. Nuevamente, la banqueta obstruida por una madre y sus tres hijos que no encontraron mejor forma de acomodarse que ocupar toda la banqueta. Más adelante, una horda de adolescentes gritando, brincando y empujándose volvían a ocupar toda la banqueta.
Y en el puente peatonal del Tren Ligero, estación Las Torres, subía lentamente una pareja de ancianos, ellos sí, en fila india para permitir el paso de las personas que iban de bajada. Pero un par de jovencitos impacientes decidieron que no tenían por qué aguantar eso y, después de tratar de apurar al par de octogenarios a gritos, apuraron el paso para rebasarlos. Por supuesto, la gente que descendía tuvo que esperar a que terminaran la maniobra, que culminó con un encontronazo hombro a hombro con un paterfamilia.
Una escena parecida en el paso peatonal, sólo que ahí la situación empeora por los ambulantes que tienen tomado el piso del lado oriente. Y el par de policías que platicaban con algunos de ellos.
Ya abajo del puente, para entrar a la base de microbuses de Taxqueña, puestos de discos pirata, de periódicos, de bebidas, de frituras reducen a un espacio casi inutilizable las banquetas.
No. Ninguno de esos ejemplos es algo ilegal o prohibido. Me refiero, por supuesto, a usar de manera abusiva las banquetas y puentes, no a vender piratería o el ambulantaje. Pero sí son muestras de falta de zencivilidad.
La civilidad es, en principio, comportarse como personas civilizadas: no agredirse, no violar leyes y reglamentos, etcétera. Pero eso no basta para una convivencia sana, es sólo el punto de partida.
Además se requiere paciencia, calma y, sobre todo, respeto más allá de las exigencias cívicas. Así como la gente asume que es ser zen. Con eso, aunado a la civilidad, bastaría para una convivencia aceptablemente buena.
Pero, en mi opinión, sigue faltando algo más: la consideración por los demás. No sólo el respeto, sino ponerse en su lugar para encontrar soluciones favorables para todos, sin necesidad de discutirlo y analizarlo todo a cada momento. Simplemente con un poco de sensibilidad por las necesidades ajenas igual que las propias.
Así que eso es lo que significo cuando hablo de zencivilidad.
8 de junio de 2011
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