A mi amiga Marian,
que inspiró esta entrada. ¡Gracias!
En los últimos meses ha estado acalorado el debate sobre el uso de la palabra "presidenta". Algunos sostienen que es correcto; otros, que no lo es, que se trata de ignorancia. Profesionales y aficionados de la lengua han tomado partido en ambos bandos. He aquí mi modesta colaboración, como alguien que vive de las lenguas pero que no se considera experto.
Y comienzo por lo que me parece un punto crucial: la gramática.
Un proceso común
en nuestra lengua (y muchas otras) consiste en convertir verbos en sustantivos,
para lo cual es frecuente usar el participio activo, como en “cantante” a
partir de “cantar”. Para estos sustantivos que denotan que la persona u objeto
realiza una acción, el sufijo correspondiente, al ser un participio activo, es –nte:
cantante, estudiante, escribiente, limitante, ardiente, presidente. No está
sujeto a género, así que no se usa –nta (*ardienta, *limitanta, *estudianta). Según
esta norma, la palabra “presidenta” no sigue las reglas gramaticales del
español.
Hasta aquí todo
está muy claro, pero la cosa se complica porque los idiomas no son entidades
lógicas, sino entidades históricas. Eso quiere decir que, aunque siguen unas
reglas, relaciones y modelos (lo que se conoce como gramática), están sometidas
a los caprichos de la historia, que no siempre obedecen a la lógica y la
corrección gramatical. Como ejemplo humorístico propongo la palabra “murciégalo”,
que terminó transformada en “murciélago”, que ahora se considera mejor,
mientras que la forma original se interpreta como “inculta”.
Pero las lenguas no
son estáticas: evolucionan, cambian y se adaptan a las necesidades,
preferencias e ideologías de sus usuarios, lo que lleva a que existan
excepciones y rarezas en todos los idiomas, y el español no es la excepción a
la regla de las excepciones. Si una lengua no se adapta a los hablantes, se
extingue, como le sucedió al latín, y sólo sobreviven las formas que han “degenerado”
en otra cosa (como el español, descendiente “degenerado” del latín).
De esta necesidad
de adaptación emerge un aforismo lingüístico: “el uso hace la norma”. Y así la conservadora
Academia aceptó el término “presidenta” hace más de 200 años: aparece ya en la
edición de 1803 del Diccionario Usual, donde registra tanto la acepción “La
muger (sic) del presidente”, como “la que manda y preside en alguna comunidad”.
El Diccionario Panhispánico de Dudas (DPD)
deja bastante en claro que se trata de una excepción a la norma gramatical,
derivada del uso: “Por su terminación, puede funcionar como común en
cuanto al género […] pero el uso mayoritario ha consolidado el femenino
específico presidenta”. Es
decir, “presidenta” es totalmente aceptable, está normado como correcto por la
Real Academia y toda la Asociación de Academias. Por ello en la edición actual
del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) aparece como primerísima
acepción “Mujer que preside.” Más claro ni el agua, pero…
Si usted, querido lector, se tomó la molestia de leer la entrada
completa en el DRAE verá que para la segunda (“cabeza de un gobierno, consejo,
tribunal, junta, sociedad, etc.”) y tercera (“jefa del Estado”) acepciones
aparece referida la palabra “presidente”. Algunas personas interpretan esto
como si “presidente” fuera correcto pero no “presidenta”; no es así, el
diccionario no funciona de esa manera. Todas las entradas que aparecen en él
son correctas.
¿Qué nos indica entonces la referencia a “presidente”?
Nos indica que esta forma es preferible en el uso culto (o lo que la RAE
considera “uso culto”). Que es el ejemplo a seguir. Que es ejemplar, según el lenguaje técnico de algunos especialistas.
La diferencia entre ejemplar y correcto es
importantísima para entender adecuadamente cómo funciona la lengua y qué es un
error. Lamentablemente, es una diferencia prácticamente desconocida fuera de los
círculos especializados. Correcto es algo que se ajusta a las normas y usos
vigentes; ejemplar es lo que se esperaría de un usuario respetable en una
situación decente: la palabra “puta” no es incorrecta (aparece en el DRAE),
pero no es lo que uno esperaría escuchar en un ejemplo a seguir, no es
ejemplar. Para ello el diccionario marca el término “prostituta” como ejemplar:
a esta entrada nos dirige la de “puta”.
De la misma manera, si bien “presidenta”
no es la forma preferida por la Academia, sí es correcta. No es “ejemplar”,
pero tampoco es “incorrecta”. De lo único que se puede acusar a los que la usan
es de mal gusto. Y en eso de gustos, ya se sabe…
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